Editorial del número 373 de la revista Religión y Escuela.
Cuando cerrábamos el editorial del último número del curso pasado, no podíamos imaginar que, unos días después, se iban a convocar elecciones generales. Pero así fue. Durante la campaña electoral, una pelea en el barro de medias verdades y mentiras, no se habló de educación, a pesar de que se hacía necesario trasladar algún mensaje político que expresase la voluntad de impulsar, modificar o derogar, si para alguno fuese necesario, la LOMLOE. Nada de nada. Y así seguimos. Sin liderazgo y visión de quienes tienen la responsabilidad de gobierno.
En aquel número, solo pudimos dar como un titular la noticia de que la Plenaria de la Conferencia Episcopal Española había aprobado una iniciativa de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, presidida por Alfonso Carrasco Rouco, de organizar un congreso con el título “La Iglesia en la educación”. Ahora vamos intuyendo el alcance y la importancia de una convocatoria que, con la presencia de los principales actores de la educación católica, se presentó a la sociedad aquel quince de junio y que, en este mes de octubre, desarrolla la primera fase de un proceso participativo que culminará en febrero de 2024.
El congreso, insiste la Comisión Episcopal, quiere hacer visible que la educación es razón esencial en la misión de la Iglesia, de toda la Iglesia, y que, para cumplir esa tarea, es imprescindible avanzar desde la comunión, con la escucha, la interacción y la participación de todos los católicos implicados en los diversos campos de la educación, para contribuir con la luz del Evangelio a la respuesta de desafíos que ya están aquí. Es una ocasión extraordinaria para soñar, definir o reimpulsar los instrumentos, las estructuras, los perfiles profesionales o las razones de fondo que, desde la visión cristiana de la educación, ayudarán a construir, con toda la sociedad, el bien común. Nos convocan. Es necesario sentir que somos parte y aportar. Buen curso.