PAULA MARCELA DEPALMA.- El año 2015 está siendo dedicado a la vida consagrada. Este hecho ha pasado bastante desapercibido. Sin embargo, es una buena ocasión para reflexionar juntos acerca de la diversidad de carismas que hay en la Iglesia y para pensar acerca de “las diferencias entre las personas y comunidades” que, como dice Francisco:
“a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción” (Evangelii gaudium 131).
Este año ha aumentado, por ello, la reflexión sobre el nuevo paradigma que les toca vivir a quienes han hecho la opción particular por la vida consagrada. Este paradigma se ha definido como “asumir la incertidumbre” debido al descenso de vocaciones religiosas (EG 107) y a la inevitable reinterpretación de los carismas dentro de una Iglesia y un mundo en movimiento.
Sin embargo, las religiosas y religiosos pueden encontrar nuevos impulsos desde los retos del papa Francisco, que pone a toda la Iglesia en estado de conversión, de misión y de salida. Conversión a la alegría, misión evangelizadora y salida a las periferias existenciales, económicas, sociales y vitales. Esta salida no es una novedad para la vida religiosa, que intensivamente se ha dedicado a la caridad en sus diversas manifestaciones.
Así lo confirmaba el papa Francisco en la 'Carta apostólica a todos los consagrados':
“La fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad”.
En la Evangelii gaudium, la vida consagrada se concibe en esta dimensión misionera, pero también en su dimensión eclesial como parte del Pueblo de Dios. Los distintos carismas no se comprenden aisladamente, sino que cobran sentido al estar al servicio de la comunión evangelizadora (EG 130-131). Por ello, lo que caracteriza a las comunidades religiosas es la cercanía, la solidaridad, la empatía y el ser “expertas en comunión”.
Y, como no puede ser de otra manera, en el centro está la alegría. He aquí el ideal. De nuevo así lo afirma el papa argentino en la 'Carta Apostólica a los Consagrados':
“Donde hay religiosos hay alegría. Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida”.
Este año, que todavía no ha terminado, es un año de conversión a la alegría para todos. En medio de la incertidumbre, la exhortación de La alegría del Evangelio recentra la atención en la conversión a la alegría, en la integración de los distintos carismas y en la salida misionera. Sigue pendiente un nuevo modo de relacionarnos dentro de la Iglesia, un modo más reconciliado, misericordioso y compasivo. Este será el tema del año que viene: el 2016 será un año jubilar y estará dedicado a la misericordia. Pero para esto todavía nos queda medio año.
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