LUIS ARANGUREN GONZALO.– El pasado 6 de mayo se entregó el premio Carlomagno al papa Francisco. El discurso que pronunció en ese acto fue todo menos diplomático. Se dirigió a los gobernantes europeos haciéndoles ver que él tiene la impresión de que Europa se encuentra cansada y envejecida. Repite casi las mismas palabras que utilizaron Trías y Armengoll en un libro escrito en 1992 titulado ‘El cansancio de Occidente’. Estos autores hablaban de una Europa sin alma. Francisco pregunta: “¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad?”. Sin duda, el bochornoso espectáculo de los refugiados, que en el mejor de los casos vagan por Europa y en el peor quedan hundidos en el fondo del Mediterráneo, navega por la sala Regia donde se celebra el acto.
Llama la atención la argumentación cívica de Francisco. No acude a tópicos tan gastados –a mi juicio– como la defensa a ultranza de las raíces cristianas de Europa, como si la solución de nuestros problemas pasara por un nostálgico regreso a una dimensión pública del cristianismo anclada en la notoriedad y el privilegio. Ese estado de cosas ya no tiene marcha atrás. Pero además, me temo que no es evangélico.
Vivimos en una sociedad plural donde convivimos culturas y religiones diversas. “La identidad europea es, y siempre ha sido –asegura Francisco– una identidad dinámica y multicultural”. Más que escudarse a ultranza en identidades monolíticas y fijadas en documentos que no cambian, conviene pasear por nuestras calles y plazas y palpar la realidad que se tiñe de arco iris multicolor. Para cambiar las cosas, lo primero es hacerse cargo de la realidad, y nuestra realidad europea en nada se parece a la vieja cristiandad. Por eso la Iglesia debe utilizar un lenguaje comprensible y no solo en términos gramaticales, sino conceptuales. En este discurso, Francisco efectúa una suerte de conversión cívica para hacerse entender ante un auditorio que de otra forma no comprendería apenas nada. Alguien lo podrá interpretar como una especie de humillación o rebaja; sin embargo, es momento de valorar la enorme acogida que tienen las palabras y gestos de Francisco fuera del ámbito eclesial. Se le entiende.
Francisco finaliza su discurso del 6 de mayo colocando ante sus oyentes un metafórico espejo en forma de palabras, al referirse a los viejos valores de la Ilustración. “Como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe, sueño un nuevo humanismo europeo, un proceso de constante humanización, para el que hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía”. Acaso la Europa multiétnica y religiosamente diversa tenga en la libertad, igualdad y fraternidad unos valores compartidos, asumibles por todos y válidos para los cristianos. Estos valores promovidos por toda la ciudadanía, de la cual formamos parte los cristianos, conducen a una humanización todavía pendiente.
No olvidemos que los primeros sueños de esa razón ilustrada llevada a cabo por la Europa de los siglos XIX y XX condujeron a la barbarie y a totalitarismos de signo distinto. Es momento de girar el curso de esta historia; nuestra historia.
Francesc Torralba, uno de los intelectuales católicos más presentes en el mundo de la cultura, ofrece en su reciente publicación ‘La revolución ética’ (PPC) pistas para remoralizar nuestro viejo Occidente a partir de la necesidad de despertar juntos ante el sufrimiento injusto y construir juntos un proyecto ético en el que quepamos todos.
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