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PEDRO BARRADO.- Del 4 al 25 de octubre se ha celebrado en Roma la segunda parte del Sínodo de los Obispos sobre los desafíos pastorales de la familia (la primera tuvo lugar en octubre de 2014). Curiosamente –o quizá no tanto–, el evangelio que se proclamó en la liturgia del primer domingo de Asamblea sinodal fue Mc 10,2-16, que ofrece unas palabras de Jesús a propósito del divorcio (más propiamente, del repudio); palabras que son aparentemente claras y contundentes: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (vv. 11-12).
No vamos a entrar en el detalle de las dificultades del texto, una de las cuales es la reciprocidad que se observa entre el varón y la mujer con respecto al divorcio: el marido puede divorciarse de su mujer, y la mujer de su marido, que solo se lee en el texto de Marcos, ya que en los paralelos sinópticos (Mt 5,32; Lc 16,18) únicamente se contempla que sea el marido el que puede repudiar a su mujer, cosa que refleja mejor la costumbre judía. Es probable que Marcos haya extendido también a la mujer la práctica que los judíos aplicaban solo al varón, adaptándose así a la sociedad en que vivían él y su comunidad.
Lo que aquí ahora más nos interesa es la postura de Jesús a propósito del divorcio (por cierto, el término griego que se traduce por “divorcio” es apostasion, palabra que, obviamente, tiene relación filológica con apostasía). Los historiadores están de acuerdo en que esa postura contraria al divorcio es uno de los rasgos más seguros del Jesús histórico. Y lo es porque precisamente se opone a la costumbre judía, en cuya Ley se contemplaba la posibilidad de que el varón repudiara a su mujer, como se reconoce en el pasaje evangélico: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto” (Mc 10,5, aludiendo a Dt 24,1ss).
Lo que se discutía en tiempos de Jesús era el motivo por el cual un hombre podía repudiar a su mujer, es decir, la interpretación de la ley, no la ley misma que lo permitía.
Como se sabe, en la época de Jesús existían dos grandes tendencias respecto al tema: la del maestro Shammay, cuya postura era restrictiva: solo se permitía el divorcio en caso de adulterio; y la del maestro Hillel, que era más “liberal”: prácticamente cualquier motivo era válido para que un hombre se pudiera divorciar, por ejemplo que la mujer hubiera dejado de gustarle o le hubiera quemado la comida.
¿Por qué Jesús se opone?: la “parte débil”
Y así llegamos a lo que constituye el centro de la cuestión: ¿por qué Jesús se opone a una costumbre que sus correligionarios judíos admitían –con algunas variantes de “escuela”– de forma generalizada? La pregunta, en mi opinión, resulta crucial, ya que, dependiendo de la respuesta que le demos, así nos acercaremos, o no, a lo que Jesús creía o pensaba realmente sobre el divorcio. En este sentido resulta muy significativa la postura de algunos exegetas, que son capaces de hacer un sólido análisis “técnico” (filológico o gramatical) de los textos evangélicos, pero son incapaces de ir más allá.
Si volvemos al texto evangélico, veremos que Jesús argumenta con dos textos de la Escritura: Gn 1,27 y 2,24, que tendrían más valor que la disposición mosaica que permitía el divorcio. La razón, probablemente, es que se consideran textos más “antiguos”; y es que, para los contemporáneos de Jesús, lo antiguo vale más que lo nuevo.
Así, Jesús argumenta apelando al proyecto divino inicial, en el que la mujer no estaba subordinada al varón, puesto que los dos estaban destinados a ser “una sola carne”. De modo que lo que Jesús estaría rechazando es una situación –sea cual sea la interpretación de la Ley que se haga– en la que el varón puede gozar de una prerrogativa –la del divorcio– que dejaba a la mujer sin protección legal, condenándola a una vida precaria. Así pues, es la preocupación por la “parte débil”, oprimida, lo que hace que Jesús se oponga al divorcio.
No es casualidad que el evangelio de Marcos –y por tanto el pasaje litúrgico– trajera después del asunto del divorcio las famosas palabras sobre los niños –otros grandes “donnadie” de aquella sociedad– como ejemplo de aceptación del Reino. Ciertamente, Jesús tenía una gran misericordia.
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Comentarios (1)
Sobre Jesus y el diorcio
Me parece muy acertada la perspectiva que adopta Pedro Barrado al comentar el pasaje de Mc 10,2-16 y sus paralelos. Pone la mirada en quienes son los que preguntan. Es a ellos a los que Jesús contesta. No es una mujer maltratada, apaleada, vilipendiada por su marido. Son unos hombres que quieren conocer su opinión sobre si le es licito al esposo dar libelo de repudio a su mujer por cualquier motivo. Ante otros interlocutores, por ejemplo ante una esposa maltratada día y noche, durante años, seguramente hubiera sido otra la respuesta.