DIEGO TOLSADA.- “Otra” en el sentido de una más. “Otra”, en el sentido de distinta. Escribo esto al impulso de una corazonada y, en el momento de ponerme a escribir, me doy cuenta un poquito más de lo que esta palabra significa: habla de corazón sensible, de golpe emotivo, de algo que va más allá de lo que el sentido común (el más común pero también el más vulgar, a veces, de los sentidos) dicta, porque muchas veces al sentido común le gusta dictar y mandar. Y entonces se corre el riesgo de tener unas miras muy cortas, moverse muy a ras de tierra, porque nos convencemos de que los “otros mundos posibles” no son posibles, porque preferimos lo cortito, lo usual, lo de siempre, lo nuestro, lo seguro (y defenderlo con dientes y uñas)...
¿A cuento de qué viene esto? Viene de una corazonada, de un golpe de corazón, motivado por un sucedido muy normal, que no llega a acontecimiento, algo casi insignificante, una de esas cosas que nos pasan cada día. El 17 de noviembre, la comunidad Chaminade teníamos reunión. Nos hemos convocado a través de unos cuantos wasaps. Todo normal (salvo para mí, que todavía tanteo torpemente estos ingenios diabólicos en las redes). Que si sí, que sí no...
Y de repente, uno de la comunidad avisa de que no podía venir, porque está de viaje muy lejos por motivos de trabajo, lo que le ocurre con mucha frecuencia. Yo le había dado las gracias por haberme incluido en la lista del wasap. Y nos escribe literalmente: ”De nada. Rezo por vosotros, aunque sea desde una mezquita”.
Y también de repente, me doy cuenta en primer lugar de que reza por nosotros. No existen las distancias, a pesar de todo. Su cariño y su amistad se manifiestan de esa forma tan especial que es rezar y rezar por alguien, con todas las actitudes y sentimientos, buen corazón y expectativas de futuro compartido que eso supone. Podía haber hecho muchas otras cosas: recordarnos, decirnos que se siente unido, que qué bien todo lo que compartimos... No, simplemente reza por nosotros.
Y lo hace desde una mezquita, con la que está cayendo (esto está escrito muy pocos días después del espantoso atentado terrorista de París). Hay alguien que en un país musulmán y en estas circunstancias, no tiene reparo en ir a un templo que muchos considerarían de “los enemigos”, de “los malos”.
Y es capaz de rezar allí por las personas que quiere, porque Dios, el Dios bueno, el único Dios posible, está en todas partes, y entonces en todas partes se puede rezar.
A este pequeño gran sucedido se le pueden dar varias interpretaciones. A mí, al hilo de ir escribiendo, se me han ocurrido varias y me he dado cuenta de que todo lo que os cuento es muy frágil. Ese “aunque sea desde…”. Pero os hago llegar lo que me ha sugerido personalmente.
Un Dios que ha roto las barreras humanas
Cuando en medio de tantas medias de seguridad adoptadas y por adoptar, cuando en medio de tantos miedos tal vez justificados al menos en parte, cuando de nuevo la seguridad corre el riesgo de convertirse en el valor absoluto de los que tenemos algo que perder (no desde luego de los que no tienen nada), cuando algunos, mejor muchos, líderes políticos calculan al milímetro (un maestro en ello es nuestro jefe de Gobierno) qué ventajas y qué inconvenientes tiene todo esto para su continuidad en el poder, alguien simplemente me dice que reza por mí al Dios de todos, más allá y por encima de nuestras divisiones.
Y me hacía una pregunta muy sencilla: ¿qué Dios es ese al que se le puede rezar así? ¿A qué Dios merece la pena rezarle y qué Dios no es digno de que se le rece?
Nos preparamos a celebrar “otra” navidad. Es consolador creer en un Dios que ha querido romper todas las barreras humanas, porque empezó él mismo rompiendo la barrera más infranqueable posible: la que le separaba de nuestra condición humana. Desde entonces no hay, por mal que vayan las cosas y por barbaridades que nos empeñemos en cometer, barreras que no se pueda superar ni sueños que no se puedan vivir.
José Carlos Bermejo, Pagola, Sobrino, Martín Velasco..., con el título de 'Humanización y Evangelio'- no es tanto para divinizarnos, que tal vez sí, cuanto para humanizarnos de verdad, para mostrarnos una manera muy concreta de ser plenamente humanos, plenamente nosotros mismos.
Tal vez la navidad consista simplemente en ver las cosas con un corazón bueno, desarmado, sin recelos, ni prejuicios. Me gusta creer que así era el corazón del Dios que ha querido compartir su vida con nosotros. Y me gusta creer que podemos al menos intentar que nuestro corazón sea como el suyo, para poder, más allá de nuestras violencias y egoísmos, más allá de nuestra tendencia a “asegurar lo nuestro”, más allá de nuestras concertinas y nuestras vallas, compartir nuestra vida con todos, porque, a pesar de todo, no se puede dejar “fuera de la posada” a los que llaman a nuestras puertas. Yo sí me apunto a acoger a este Dios (a acoger a otro no estaría tan seguro).
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