- ¡Comenta!
PEDRO BARRADO.- El pasado mes de noviembre, PPC publicaba una pequeña obra titulada 'Llevar el saludo. Los significados del shalom', de Paolo De Benedetti y Massimo Giuliani. El libro lo constituyen dos ensayos sobre el saludo. El primero (de M. Giuliani) es una fina aproximación fenomenológica a ese gesto cotidiano en la que se ponen de relieve las profundas implicaciones de un acto aparentemente trivial (tan trivial que a veces es desdeñado). El segundo (de P. De Benedetti) es un somero repaso –aunque enormemente sugestivo– a las raíces bíblicas y rabínicas del shalom hebreo.
La lectura del libro sorprende porque pone de relieve cuestiones de las que probablemente no somos conscientes cuando saludamos (o cuando dejamos de saludar). Hace muchos años, en las escuelas se enseñaba una materia llamada Urbanidad (o al menos algunas de las reglas que se consideraban las adecuadas para el desenvolvimiento correcto y educado de las personas en sociedad). Por eso no extraña el hecho de que el escritor venezolano Manuel Carreño escribiera en 1853 un Manual de urbanidad y buenas costumbres que tuvo una enorme difusión y que conoció numerosas ediciones.
Entre las reglas de urbanidad se encontraba la del saludo cuando se entraba en un recinto donde había otras personas y cuando se salía de él. Hoy parece que esas reglas –consideradas, probablemente con razón, caducas y encorsetadas, incluso clasistas– se han olvidado en buena medida. Hoy entramos en los centros públicos, en los lugares de trabajo o incluso en el ascensor y no decimos un simple “buenos días”. Por cierto, muchas personas consideran que decir “buenos días” cuando la situación no es buena –cuando llueve o hace frío, por ejemplo– es una estupidez, porque va en contra de la evidencia; pero probablemente ignoran que el “buenos días” es sobre todo un deseo hacia el otro: “Deseo que tengas un buen día”.
Inicialmente, tender la mano para estrechar la del otro era un modo de decirle a ese otro que las intenciones eran buenas, ya que se iba desarmado, con las manos vacías, libres de armas. Así pues, el saludo es la puerta que abrimos para poder encontrarnos con el otro. Es como afirmar nuestra presencia ante el otro para decirle que estamos ahí, dispuestos a entablar una relación amistosa o colaborar con él de forma limpia y sin engaños.
No es infrecuente que en el saludo intervengan también elementos religiosos. El tradicional “adiós”, por ejemplo –que hoy parece perder terreno frente al más anodino y habitualmente falso “hasta luego”–, no es sino una encomienda a Dios: “Queda con Dios” o “Ve con Dios”. Esto se ve con claridad en el mundo hebreo, donde la fórmula completa del saludo es shalom weberaká, “paz y bendición”: al otro no solo se le desea “paz” o “bienestar” en general, sino que se le quiere hacer partícipe de la bendición que procede y es propiamente don de Dios. Es la fórmula que observamos también (aunque invirtiendo los términos) en el saludo típicamente paulino: jaris kai eirene, “gracia y paz”.
Así pues, saludar va mucho más allá de la mera cortesía o de una urbanidad elemental (que no debería pasar de moda). Es el inicio de una relación personal que, si hacemos caso a Martin Buber, es justamente la que nos constituirá a nosotros como verdaderos sujetos.
Relacionado
Comentarios (2)
Saludo online
Un saludo online, tan frecuente hoy día, algo más frío e impersonal, pero que ayuda a eliminar cualquier barrera espacial y nos permite acceder a cualquiera.
¡Gracias!
Un saludo, Mario, y gracias por tu comentario.